
En el siglo III de nuestra era, el Imperio romano se halla sumido en una profunda crisis a todos los niveles: los violentos movimientos sociales, políticos y religiosos que se han sucedido a lo largo de su existencia se acrecientan en esta época. El inmenso rompecabezas de dioses y cultos que caracteriza la vida religiosa del pueblo romano se halla en el epicentro de esta espiral de febril agitación.
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